lunes, 1 de marzo de 2010

La metafísica de los camiones urbanos.

Leonora se estremecía a causa del crudo – e inusual – frío que atosigaba los cuerpos humanos en el mes de Noviembre en el cual ella existía. Como si fuera inserta en un pedazo de papel que fuese capaz de soportar tanto el espacio como el tiempo y no solo símbolos, dibujos o letras, total.
A fin de cuentas, su vida le parecía algo que si bien no era solamente – tan – normal, también le parecía extraño o extraña, según se diese el caso. Extraña tan al grado como para pensar en estas cosas: Simples divagaciones pata-físicas de lo que no puede entender como la metafísica de los camiones urbanos.
En esos momentos, pensaba que su costumbre de tomar diario un camión para llegar a la facultad de filosofía (en la cual, decían, era alumna) le parecía cada vez menos de ella.
Repetía para sus adentros: “Sentirse propios de las cosas y de los hechos es lo que nos lleva a la degeneración de nuestros actos, lo más simplista posible.” “Sentirse propios de las cosas y de los hechos es lo que nos lleva a la degeneración de nuestros actos, lo más simplista posible.” Sentirse…
Tenía que memorizar unas máximas de diversos autores para el examen que tenía de Ética allá, en la facultad. El ambiente desde el momento de subir al transporte público reposaba sobre una ligera pero apabullante zozobra de hastío, flojera y calor. Tomar un camión a las 8:30 de la mañana repleto de gente que tanto va a estudiar como trabajar no suena ni siquiera en sinónimo a lo que concebía ella como placer – lo menos hedonista posible.


Recapitular; ese era el dato. Sonido de motor trabajando a una marcha descomunalmente forzada, el ir y venir de palabras que formaban balbuceos, la gente en derredor, los lugares en los cuales se han tejido cientos y quizá miles de historias urbanas. Todo formaba parte del exterior de Leonora. Pensar que el día le pintaba justo dentro de los límites de lo normal podría sonar nuevamente, normal. Tanto repetir frases empezó a colmar su paciencia, dijo:

¿Qué sentido podría tener repetir frases de gente que no conoces y que ni siquiera sabes si realmente hacen lo que dicen? A lo cual, en un inicio, no le prestó importancia; le pareció más normal que lo normal mismo.
Dentro de esa normalidad noto la primera brecha que indicaba el inicio de todo lo que pasaría después: La frase que dijo no la dijo en su mente, sino en voz alta. Cautelosamente, se dio cuenta de que más de una persona en el camión la había escuchado decir esa frase que, lenta e inconscientemente, repetía solamente en su mente. Le gustó tanto que la emociono al grado de ni siquiera tener que haberla dicho tres veces para memorizarla por completo, de inicio a fin.
Una señora, que iba en el asiento de adelante, le preguntó que si lo que había dicho tenía que ver con eso que andaban diciendo en la televisión sobre el valor que tenemos para poder decirle cosas a la gente. Ella contestó negativa y brevemente. No sabía que decir.
La lluvia de preguntas apareció. El unificar de las voces en torno a ella no era algo que se pudiese responder por que de entrada, no se podía ni entender o distinguir una sola tonalidad de voz entre la súbita galería de voces allí presente. Su exasperación llego al grado de no decir nada y bajarse justo en ese momento del camión. No entendía porque había dicho eso que sonaba tan “bien” como para poder haberlo hecho ella. Tampoco entendía por que la gente había comenzado a asestarla de ruido – intuyo, ella - que ni siquiera sabían el porqué de decirlas ellos y ella contestarles.
Miró a su alrededor y se dio cuenta de que faltaba mucho para llegar a la facultad. Miró también el reloj que tenía colgado en un cierre de su mochila y sólo dijo tres palabras: En la madre.
Eran las 9:15. Faltaban 15 minutos para que el profesor empezara a aplicar el examen y a ella le faltaba un poco menos de una hora de camino para llegar a la escuela. No encontró otro consuelo que quedarse ahí mismo, en la parada, esperando un camión que si bien no era el mismo, tenía el mismo destino al primero. Sólo con la ligera diferencia de que este iba más tarde y sin gente que preguntara sobre lo que ella acababa de decir. Se sentó y ya no quiso sacar los apuntes de la escuela. Encontró un libro de poesía que recién le habían prestado. Sólo alcanzo a distinguir el apellido del escritor: Bolaño. Abrió el libro y leyó lo primero que encontró, abriendo el libro y escogiendo una página al azar:

“Los perros románticos.”
En aquel tiempo yo tenía veinte años
y estaba loco.
Había perdido un país
pero había ganado un sueño.
Y si tenía ese sueño
lo demás no importaba.
Ni trabajar ni rezar
ni estudiar en la madrugada
junto a los perros románticos.
Y el sueño vivía en el espacio de mi espíritu.
Una habitación de madera,
en penumbras,
en uno de los pulmones del trópico.
Y a veces me volvía dentro de mí
y visitaba el sueño: estatua eternizada
en pensamientos líquidos,
un gusano blanco retorciéndose
en el amor.
Un amor desbocado.
Un sueño dentro de otro sueño.
Y la pesadilla me decía: crecerás.
Dejarás atrás las imágenes del dolor y del laberinto
y olvidarás.
Pero en aquel tiempo crecer hubiera sido un crimen.
Estoy aquí, dije, con los perros románticos
Y aquí me voy a quedar.

La poesía no le parecía algo sano, ya que según ella decía, los poetas se encargaban de ensanchar y alegorizar la realidad con palabras y frases que no dicen algo que exista, realmente.
Al parecer, el uso y abuso de la pragmática recaía sobre los poetas. Sin embargo, Bolaño la había hecho enternecer. Le había hecho experimentar una sensación que, en palabras de ella, despertó un noséque que le hizo sentir nosécomo en noséqueparte. Lo que llamo más su atención fue que la frase Un sueño dentro de otro sueño estaba subrayada.
Empezó a reír tímidamente, ya que no había más gente en la parada del camión. Recordó mucho su frase/pregunta y la repitió nuevamente para ella misma: ¿Qué sentido podría tener repetir frases de gente que no conoces y que ni siquiera sabes si realmente hacen lo que dicen?
Enseguida leyó de nuevo el poema y rescató la frase subrayada: Un sueño dentro de otro sueño.
Trató de entablar una relación analógica del contenido de su pregunta a la dichosa frase: ¿Qué sentido tendrá soñar algo si se alimenta de la fantasía de otro sueño? Su respuesta no pudo ser más crucial: El camión se acercaba a la parada Hasta ese día, viajar en camión era una cosa tan común y burda. Más propio a la costumbre que a la tradición misma de llamar tradiciones a las cosas que estamos acostumbrados a hacer metódicamente. Ahora, tomar un camión implicaba todo un discurrimiento sobre el origen y paradero de las cuestiones/nociones de lo vivido y de lo soñado. Pidió la parada al camión y subió, pagando con cambio exacto. Un extraño sentir paranoico le llego en el momento de voltear al pasillo para ver si encontraba un lugar: pensaba encontrar caras conocidas del camión del cual se había bajado. Dijo: “Para mi fortuna, no existen. Sólo son un sueño de mi otro sueño.” Encontró un lugar justo en la séptima fila, del lado derecho del camión y, para suerte o desatino, del lado de la ventana.
-Así no me aburriré y podré ir viendo hacia la calle, Dijo.
Se sentó y siguió pensando en la gente que le preguntó cosas que no entendían ni ellos ni ella, en el otro camión.
Pensó en Bolaño, en qué estaba pensando cuando dijo: “Un sueño dentro de otro sueño.” Pensó aún más en su examen, el cual, para la hora que decía el reloj, ya estaba aplicándose al grupo donde ella pertenecía. Pasó el tiempo y llegó a la facultad. Llego con un poco más de 40 minutos de retraso. Al entrar al salón noto que ya mucha gente había terminado su examen y que solo había unos cuantos que quizá ya estuviesen finalizando. Pidió una prorroga al profesor para poder presentar ese examen, lo cual se determino a resolver en un plazo no mayor a media hora. Al tener el examen en frente, se encontró con 15 preguntas largas, con palabras que ni siquiera ella conocía y que sin duda alguna no podría responder con lo que ella tenía en ese momento disponible en la cabeza.
Lo único que estaba en su mente era su frase/pregunta: ¿Qué sentido podría tener repetir frases de gente que no conoces y que ni siquiera sabes si realmente hacen lo que dicen?, la frase de Bolaño: Un sueño dentro de otro sueño, y una canción que tarareaba el compañero que estaba sentado a la derecha de donde ella estaba.
De manera sorprendente, el nerviosismo y la pluma no pudieron conjugarse en una sola formula que sería la solución del examen. Leonora, se puso a responder todas las preguntas con las dos frases que sólo tenía en su mente (La que ella creo y la que el escritor Bolaño creo). Cuando termino de escribir 15 veces cada una, no dudo nada y le entrego el examen al profesor, agradeciendo haber podido presentar el examen.
Salió para saludar a sus compañeros. Al llegar con el primero que se encontró fuera del salón, le dijo: ¿Estaba fácil el examen? -No sé, yo ni estudie. Le respondió.
Siguió preguntando y lo que entendió fue que no era un examen común; tenía que haber memorizado todas y cada una de las frases que se revisaron para el examen para tratar de explicarlas con base al argumento dado por el profesor para el examen.
Rió y camino por los pasillos de la facultad pensando todavía su frase que ya le empezaba a causar una ligera jaqueca matinal.
No encontró más opciones que olvidarlo mientras iba a desayunar algo. Antes de llegar a la cafetería, se encontró con una compañera que la invitó a caminar por un parque que estaba muy cerca de ahí. Leonora, que para esa hora mostraba ya los primeros indicios de hambre, aceptó la invitación no sin antes conseguir algo de comida para estar en el parque.
Caminaron lentamente por las calles aledañas a la facultad, platicando y comentando sobre el examen recién aplicado. A Leonora, se le ocurrió preguntar algo que dejo pasmada a su compañera: ¿Qué sentido podría tener repetir frases de gente que no conoces y que ni siquiera sabes si realmente hacen lo que dicen? – La verdad no lo sé. Dijo la otra chica.
Siguió, respondiendo a la cuestionadota del sentido:
Oye… Leonora, ¿Por qué dices eso? ¿Quién te lo dijo? ¿Donde lo leíste? Leonora no supo que responder. El nerviosismo se apodero de ella. Permitiéndole alcanzar a balbucear algo parecido a la palabra olvídalo. La palabra comunicación podría haber significado aún más si no hubiera sido por el hecho de que las dos mujeres, renuentes a comunicarse, prefirieron fingir demencia la una por la otra mientras el tema se iba perdiendo poco a poco entre la telaraña de la conversación que tejían en ese momento. Hablaron de música, de la gente de la facultad. La pregunta por el sentido que Leonora se había hecho desde la mañana no tenía respuesta alguna en el pedazo de humanidad con el que le había tocado convivir ese día.
Al llegar a una “laguna” de silencio, en la plática, Leonora le cuestiono a su compañera la función que podría tener la descripción dentro del sentido, su amiga le respondió sencillamente que describir no es algo que sirva a los intereses de lo inmediato. La función de la descripción no es en torno a-lo-que el primer encuentro o la imagen primera, dictamina. Ser juez de lo que place a nuestros sentidos es una barbaridad. Vivimos engañados por ellos.
Leonora recordó fugazmente la frase de Bolaño: Un sueño dentro de otro sueño. Replico a su compañera que ella no se refería al sentido como parte de lo que captan esos sentidos; sensaciones. Sino como sentido de la dirección, la orientación, el motivo y quizá el fin que podría tener escuchar decir a alguien lo-que-sea para mezclar lo que se dice con lo que se hace y concatenar un puro y tenaz desmadre. La respuesta que le dijo su amiga no fue en boca de ella, sino de un escritor que había leído por esos días , Le susurro al oído: Su nombre E.M Cyoran. Su frase: “Es fácil ser profundo, basta dejarse invadir por sus propias taras.”
Era mediodía ya y para Leonora, un día común y corriente de lo que hasta ahora concebía como su vida, no había tenido tantas discusiones por una sola pregunta. Describir había sido el error por el cual Leonora había tratado de guiarse desde la mañana al despertar. Describir es confabular. Es contrarrestar el poder de la imaginación a la no-imaginación. Sin embargo, el desacato por lo agradable o lo desagradable le parecía la cuestión primigenia de la descripción. Pero, describir, a final de cuentas, dijo ella, es como la poesía; aludir, crear e imaginar hechos en las palabras del poeta.
Correr, pensar e invadir le sonaron como sinónimos de describir.
Para Leonora, la pregunta por el sentido que podría tener repetir frases de gente que no conoce y que realmente jamás podrá conocer como para saber si realmente esas personas hacían lo que decían la dotaban de palabras tales como para responderse a si misma: No me importan ni ellos ni sus frases.
Al final, pensar en la función que tiene el que escucha con respecto al que habla o lee se separan por un trecho enorme: las palabras.
El final de su día se resumió en un pensamiento lanzado al aire; Pensar en la inusitada reacción del que escucha, provocada por el más extenso catálogo de drogas con el que cuenta y contará el hombre: el abecedario.

jueves, 28 de enero de 2010

oneononono.NO

domingo, 27 de diciembre de 2009

Ha estado haciendo mucho frío. Me enfermé. A cada tos aparece su correspondiente flema. Me calan las flemas; el humo las hace calientes. Queda un mes de vacaciones de la escuela... qué son las vacaciones y qué es la escuela? Creo que iré a dibujar... por ahora.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Auto retrato con la insigne firma anti cotorreo


Fin de semestre.





accedo mofa mística de
irregulares cotorreos
sin sudor y si pudor
en los pulmones.

¿Quién se acabo las
pinches tortillas, uano?
No sé. Si sé que tengo
una propensión to get
down - really down -
gracias a los placeres
CUATROVEINTOSOS.

Dibujar, dibujar...

A LA VERGURIA LA
ESCUELA AHORA QUE
SON (DI)vagaciones...
ah, no!

VACACIONES SIN O`S LISÉRGICAS...

jueves, 5 de noviembre de 2009

No sé que se supone que creo que digo. Ver como se suben dos personas a un camión en el
que yo ya he abordado, ver que se sientan en la hilera detrás mío. Escuchar, ver y oler que estando arriba se ponen a prender cohetes del tipo palomita y se los avientan a la gente, no tiene idea dentro de mí.

viernes, 16 de octubre de 2009

Apologías estridentistas

Me siento horrible de haber perdido un hermoso libro. Disculpa tú.
Germán. Sé que no es nada fácil encontrar algún título tuyo "tan así."
En fierros cósmicos se pudrirá siempre esta triste emoción de saber que
tan a pesar de saber que no estabas tan a la mano - en realidad sí, en la
biblioteca que se encuentra frente a mi casa - eras una compañía terriblemente
pegajosa, sudorosa y estroboscópica o no sé que chingaos.

Bueno, pinche Germán, la verdad espero que puedas disculparme. Tus
poemas estridentistas viven y vivirán por siempre en mi cuerpo.
Manos, cabeza, pelos, pollos, lo que sea...

Ya te la sabes, somos compañeros, no lo perdí en mal pedo. Sólo lo
olvidé en la escuela esa a la que voy a diario.